Chile ha cambiado mucho en el último tiempo, y es necesario que la derecha más ortodoxa aprenda la tremenda lección comunicacional que le ha dado la ultraizquierda.
Las últimas elecciones han dejado en claro que la derecha tradicional viene en franca caída en Chile. Triste pero cierto. Explicaciones e interpretaciones posibles hay muchas, pero yo me quedo con la mía, la cual se sustenta básicamente en dos puntos fundamentales, que a la vez nos abren tremendas tareas a futuro: los 30 años de adoctrinamiento y la falta de adaptar el discurso a los nuevos tiempos.
Respecto al tema de los 30 años de adoctrinamiento en colegios y universidades, donde al menos a tres generaciones de jóvenes se les ha infundido la idea que la izquierda es la buena y la derecha es la mala, es poco lo que se puede hacer en la inmediatez. La ultraizquierda tiene tomada la docencia, y eso va desde los rectores hacia abajo. Acá hay que planificar a gran escala, pero todo eso es a largo plazo.Sin embargo, lo que sí o sí tiene que hacer la derecha dura -y especialmente quienes nos identificamos con el Pinochetismo- es tomarse las redes sociales, ya que las RRSS hoy en día son el "cuarto poder", en conjunto con los medios de prensa (los cuales también están a merced de la izquierda). Es ahí donde tenemos que dar la pelea en forma incansable, defendiendo todo lo que la derecha representa, y también mostrando sin ningún complejo ni vergüenza todo lo bueno que significó el Gobierno Militar para nuestro país.
Pero además está el otro punto pendiente, el cual también es clave: el Pinochetismo debe cambiar su discurso, y saber adaptarlo a los nuevos tiempos, al Chile del siglo XXI. La sociedad en que la que vivimos ahora ya no es la misma de hace 40 años atrás, ni mucho menos. El Chile de estos días tiene 20 millones de habitantes, de los cuales más de 2 millones son inmigrantes o hijos de inmigrantes, además una mayoría abismante de los ciudadanos son hijos de madres solteras o viven en familias monoparentales, y también está todo el tema de la inclusión a las personas de las minorías sexuales, que antes eran mucho más discriminadas que ahora. Y para llegar a ellos no basta con el mero relato de la Economía de Libre Mercado ni con el culto irrestricto a la bandera. Eso es importante, pero el Pinochetismo debe abrirse a más, y adaptar su discurso a esta realidad moderna, que para bien o para mal es la que impera en el Chile actual.
Los pinochetistas tenemos que emplear una dialéctica más inclusiva, pero no por ello alejada de nuestras convicciones más profundas. No estoy hablando de cambiar nuestro discurso, porque ya no seríamos pinochetistas. Sólo estoy hablando de saber adaptarnos, para llegar a grupos que hoy en día están a merced plena del discurso ideológico de la izquierda. Lo primero es lo primero: dejar de lado cualquier atisbo de xenofobia o de discriminación hacia los inmigrantes, ya que muchos de ellos han llegado a Chile por la Economía, y ese es precisamente el discurso que tenemos que usar para conquistarlos. Si vamos a sumar a venezolanos, colombianos, peruanos o haitianos inmigrantes hacia ese Neopinochetismo, pues bienvenido sea. Y para ello tenemos que integrarlos y acogerlos, no espantarlos con frases xenófobas más dignas de la época de la Guerra Fría que del mundo globalizado en el cual vivimos.
Ante esto, es imperioso tener muy claro que los pilares de este Neopinochetismo deben ser dos: la Economía y la Seguridad Pública. Con esos dos principios no transamos: no podemos hacerlo. Pero en la defensa de estos dos principios fundamentales debemos de ser integradores, abriéndonos a convencer de ello a personas inmigrantes, a gente de las minorías sexuales, y a personas también enarbolan banderas como la equidad de género o la Ecología profunda. Porque para ello lo primordial es comprender que ninguna de ellas es una bandera de lucha exclusiva de la izquierda, eso debemos hacerlo notar: no lo es ni la dignidad de los inmigrantes, ni el respeto por las minorías sexuales, ni la equidad de género, ni el Ecologismo. Los pinochetistas (o neopinochetistas) tenemos que apoderarnos de todas y cada una de esas banderas de lucha, y hacerlo sin complejos. Porque -como ya dije- ninguna de ellas es propiedad exclusiva de la izquierda.
Si no sabemos hacer esta transición ideológica de cara al siglo XXI, tan efectiva como lo hicieron los izquierdistas al mutar de comunistas a neomarxistas, inexorablemente el pinochetismo terminará por extinguirse cuando nosotros ya no estemos: y eso es justamente lo que tenemos que impedir. Como patriotas, esta batalla cultural debe ser una meta a alcanzar, y también un objetivo dialéctico primordial, y crucial para el futuro de nuestra nación: o nos adaptamos, o nos extinguimos.
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